sábado, 14 de enero de 2017

Crítica - La La Land: La Ciudad de las Estrellas


Una vez cada cierto número de años aparece un largometraje que nos hace vibrar de sentimiento y nos recuerda la razón por la que algunos de nosotros nos enamoramos de esta gran quimera llamada séptimo arte.

Temía que el hype hubiese sido inmerecido, que el aluvión de buenas críticas hubiese envuelto a esta película en un halo de perfección inalcanzable debido a la magnitud de las expectativas. Nada más lejos de la realidad. Este musical contemporáneo con sabor añejo ha superado la prueba con nota y ha demostrado que, cuando el cine está bien hecho, bien vale la pena gastarse el precio de una entrada para poder disfrutarlo en condiciones.



La La Land logra captar la atención del espectador desde el primer instante con una radiante introducción, rodada en un elaborado plano secuencia y digna del mejor musical de Broadway. Un típico atasco en la autovía de Los Ángeles se transforma en un espectáculo de color y ritmo en el que personas anónimas unidas por sus aspiraciones y ambiciones bailan al son de la música con un objetivo común: el de cumplir su sueño.



Y es que el filme de Damien Chazelle está hecho a medida para el soñador de a pie, aquel que aún alberga la posibilidad de que algún día todas las piezas del puzzle encajen, y con ello, toda esa ambición personal que tanto ansiaba se convierta en realidad. Sin embargo La La Land  no es sólo un bonito envoltorio aderezado de música y una estética impecable. Esta película es mucho más que eso, es un canto a los amores imposibles, una carta de amor a la meca del cine, una invitación a enamorarse del Jazz y la música más viva, y sobre todo un baile de emociones compartidos por el espectador y sus protagonistas.


Quizás el mayor mérito de esta película sea que su inevitable componente nostálgico no le impide desarrollar su propia personalidad, logrando así evitar que esta regresión se convierta en una burda caricatura de las obras a las que trata de rendir homenaje. La La Land nos invita a un viaje a lo largo de un año en las vidas de Sebastian y Mia, permitiéndonos participar de su travesía amorosa a través de las estaciones y jugando magistralmente con las elipsis narrativas. 

Su insuperable comienzo sólo queda eclipsado por su magnífico epílogo, ofreciéndonos un cierre perfecto a una cuidada historia de amor, que a pesar de sus inevitables clichés logra evitar ser predecible. ¿Acaso no es el cine un espejo de la vida  que nos permite soñar? En ese caso la cinta de Chazelle es una experiencia onírica a todo color y un ejercicio de escapismo de la realidad que, a su vez, nos la muestra sin pudor y de manera implacable.